Hace más de dos siglos que nuestros “hermanos de espíritu y fe” aprovecharon un momento de debilidad española, provocado por las triquiñuelas de Napoleón, para proclamarse independientes bajo el liderazgo de Simón Bolívar y otros hijos de la gran puta. Tras siglos de estados fallidos envueltos en horrendas banderas, ahora una serie de pseudointelectuales y políticos con conexiones oscuras fuera de España apelan al legado del Imperio para justificar alianzas y leyes de inspiración “hispanista” que nada tienen que ver con el verdadero espíritu que llevó a España al Nuevo Mundo. Gracias a la traición de estos políticos y a la alfombra roja que tienden a sus nuevos votantes llegados del otro lado del charco, hoy tenemos que ver esas banderas fracasadas ondeando en nuestras calles; un gesto que refleja también nuestro propio fracaso como nación, al insultar a nuestros ancestros de esta manera por un puñado de votos

Este esperpento histórico no sería posible sin la propaganda hispanista difundida a través de televisiones y otros medios afines. Incluso personas sobreinformadas, que consumen habitualmente redes y programas políticos, han olvidado el odio y las décadas de conflicto económico y político que hemos mantenido con nuestros supuestos “hermanos.” Los defensores de la “hermandad espiritual” alegarán que la virulencia de sus líderes de opinión, sus campañas en redes y los ataques de sus políticos neoindigenistas no reflejan el verdadero sentir del “mundo real.” Sin embargo, en ese mismo mundo real, ya desde la época de Rodríguez Zapatero, la inmigración latinoamericana y sus bandas fueron percibidas como un problema por la derecha sociológica española. Lamentablemente, desde entonces no hemos hecho más que retroceder en este debate, empujados por la presión de medios, grupos de influencia, think tankers y otros charlatanes que, conscientes de que los políticos que los financian no quieren afrontar el problema migratorio que ellos mismos han creado, recurren al cadáver del Imperio español para jugar a ser conquistadores que supuestamente “continúan el legado” de Pedro de Alvarado al traer peruanas a limpiar el culos y venezoolanas para casarse con jubilados...
Y es que, como suele ocurrir con las ideas políticas más estúpidas y perdedoras, el hispanismo actual ha sido promovido e incubado dentro del conservadurismo español. Tras la caída del franquismo, consumada gracias a la traición del infame monarca y de unas élites acomplejadas que un día se fueron a dormir franquistas y al siguiente se levantaron democristianas, la derecha se lanzó a buscar prestigio, puestitos y nuevos mercados para el empresariado terciario de este país en “Uropa.” Una vez asegurada la disolución de España dentro de la UE y la órbita de EE.UU. (OTAN), llegó el momento de buscar una nueva ideología para reimpulsar el sistema, después de que el liberalismo social arrasara con todos los hechos excepcionales que construyó Franco, como tener una de las mejores tasas de natalidad de Europa. De ahí viene el rescate del hispanismo, usado como maquillaje ideológico para justificar la importación de nuevos votantes y trabajadores que sostengan la España desindustrializada. Un tapón desesperado para frenar la decadencia del sistema monárquico-parlamentario, fabricando “nuevos españoles” para que el PIB intente aguantar en un país envejecido, sin esperanza y transformado en una gerontocracia pensionista.

Pues bien, esa famosa “oportunidad política de ser el nexo entre Europa y América”, que tantos cretinos como Pérez-Reverte y no pocos políticos peperos (muchos hoy reciclados en voxeros) clamaban por alcanzar, ya está aquí. Y los resultados son evidentes: millones de amerindios nacionalizados y convertidos en europeos. Semanas enteras de celebraciones de la Hispanidad y de las independencias de sus republiquetas pagadas con dinero público. El CI promedio hundiéndose. Elecciones decididas por extranjeros que llevan, como quien dice, cuatro días aquí. Salarios estancados durante décadas porque el país está atado a industrias de bajo valor añadido. El crimen violento disparándose. Inmigrantes de bajo perfil educativo e intelectual que nos cuestan una media de 200.000 euros por cabeza. Barrios antaño decentes convertidos en estercoleros invivibles. Música repugnante como el reggaeton en nuestras fiestas populares. Las confesiones protestantes y hasta las sectas paganas creciendo, mientras los católicos hispanchistas nos juraban que “venían a salvar nuestra fe”… Estos son los grandes éxitos del hispanismo: transformar este rincón de la vieja Europa occidental en un enclave amerindio en pleno continente Europeo, cada vez más parecido al basurero sin esperanza del que vinieron y en plena carrera hacia la tercermundización.

Aplicar ideologías falsas por miedo a decir la verdad y tratar temas incómodos tiene consecuencias. En una era de populismo y descontento frente a las élites liberales a causa de los errores de raíz antropológica de su ideología, cierto sector académico y mediático se empeña en desviar la cólera generada por el multiculturalismo tercermundista y el globalismo hacia un precipicio sin fondo. Lo hemos visto en Estados Unidos y Europa con el posliberalismo de autores como Patrick Deneen, Sohrab Ahmari o Adrian Vermeule, o con las conferencias de la organización National Conservatism de Yoram Hazony, que atraen a políticos como Meloni u Orbán, así como a figuras religiosas católicas como el cardenal Müller, e incluso a indios del BJP de Narendra Modi (que esta gentuza también nos quieran encasquetar a los indios como “buenos trabajadores prooccidentales” daría para otro artículo). Se ha creado una especie de internacional derechista que trata de unir a exneocones, teóricos católicos, nacionalistas hindúes, sionistas, hispanoamericanos y otros oportunistas con el objetivo de “rescatar” a la derecha de esos “racistas fascistas” que podrían llevarla por derroteros identitarios que no interesan ni a la derecha neocon, ni a la Iglesia católica actual, ni a los sionistas, ni a los hispanoamericanos con los que nuestros políticos confraternizan con frecuencia.
Así pues, el equivalente español e hispanoamericano de ese contubernio posliberal y religioso-conservador es, lamentablemente, el hispanismo y el latinoamericanismo. No hace falta estar demasiado atento para comprobar que, cada cierto tiempo, se organizan conferencias de este tipo con políticos de ambos lados del charco, donde exneocones y PPeros que adoran a Estados Unidos, Israel y la “libertá” van a berrear sobre Venezuela, Cuba y la fantasmagórica “Iberosfera.” Lo que todos estos chiringuitos buscan es crear una justificación ideológica para su multiculturalismo, que venden como “de derechas.” Un multiculturalismo “basado,” democrático y antiracista que no asuste a la izquierda.

Hay que sumar a esta banda otro grupo estrechamente relacionado con ellos por la cobertura ideológica que les proporcionan: los gustavobuenistas, algunos marxistas y otros no tanto, que emplean el legado del Imperio español en su versión de “leyenda rosa” para promover el mismo proyecto político, pero con distintas ambiciones geopolíticas. Esta gente no tiene reparos en explicar que su interés por la hispanidad se debe a su potencial revolucionario. Para esta gente, la hispanidad sería un precursor de la URSS o de la Revolución Francesa, y Colón y Cortés serían revolucionarios que cambiaron la historia de la humanidad con sus viajes y el consiguiente “hermanamiento” entre pueblos y razas. Estos admiradores de Stalin y el Partido Comunista Chino son invitados a escribir en medios y a participar en programas televisivos de los neoconservadores que ya he mencionado. Qué destino tan cruel que aquellos que se dicen herederos de Maeztu y Menéndez Pelayo se asocien sin rubor con comunistas y otros marxistas trasnochados…

Estas grotescas y deformes reinterpretaciones interesadas de la historia de España, diseñadas para adaptar el país a los intereses nacionales y geopolíticos de ciertas naciones de América y Oriente, no solo son terribles por constituir un error político fatal para España, sino también porque se basan en mentiras históricas que tergiversan su verdadera trayectoria. Una historia que, además de incluir episodios “controvertidos” que muchos de estos revisionistas ni siquiera se atreven a tocar —como las expulsiones de judíos y moriscos o las leyes de sangre—, también incorpora otras culturas y regiones tan españolas y legítimas como la castellana. Todo esto lo hemos visto desde el inicio de este debate. Uno de los frikis en la órbita de Vox, boliviano y muy maricón, se jactaba en X de que los Catalanes ya son minoría en Barcelona. Y, desgraciadamente, no es el único: es una creencia extendida en esas esferas que el castellano o español es la única lengua española verdadera y que otras culturas como la valenciana, la misma que nos legó Tirant lo Blanch y las poesías de Ausiàs March, merecen desaparecer. La respuesta al debate que esto ha generado, por parte de esa charca de internet, no fue denunciar lo que este friki decía, sino una movilización de influencers, políticos de derecha y su órbita de opinadores en defensa de este individuo y de “la hispanidad” hispanchista que les venden en esas conferencias a las que los invitan. Y no es la primera vez: ya hemos oído a sudamericanos, conservadores españoles, gustavobuenistas y armasillistas decir que es bueno que la inmigración sudamericana desplace al catalán y a otras lenguas. Ya basta de vender la mentira de que esta es la verdadera hispanidad, una hispanidad en la que se celebra lo bien que tratamos a indios y zambos mientras se denigran culturas que llevan milenios en España. Que esta gente y sus fans, que odia la cultura de buena parte de nuestras regiones y adora a comunistas y “libertadores”, llame antiespañoles a los demás es una infamia.

Pero este es el hispanismo actual en acción, mejor llamado “hispanchismo”: una ideología igualitarista y tercermundista que reduce los intereses de una nación europea como España al populismo más barriobajero de Hispanoamérica y subordina los intereses del país a los de ese continente. Detrás de toda la verborrea, todo este tinglado busca que España sirva de trampolín para que esta gente llegue a Europa, facilitándoles la obtención de la nacionalidad; básicamente, convertir a España en un centro logístico para repartir pasaportes, como pasa también en Italia con los descendientes de italianos, envolviendo el tinglado en arengas sobre la España imperial, la fe o el “Destino Universal.” Ya son más de 500 mil “hermanos espirituales” los que llegan cada año, más incluso que los bebés que nacen en España, mientras organizaciones, medios y activistas promocionan estas fantasías por pura conveniencia. Quizá todo esto no se deba a malicia consciente, sino a décadas de pobreza intelectual en la derecha o a la reducción de todo discurso intelectual al pueril acto de tratar de ganar votos, pero la ausencia de intención no exime al contubernio hispanchista de la culpa: están facilitando la llegada de extranjeros mientras lo venden como una salvación espiritual o como un mal menor “ante el islam.”

Algunos dirán que mi artículo es negativo o que me quejo sin ofrecer alternativas. No hay problema, tengo una serie de propuestas muy claras. Para empezar, propongo una recuperación del interés nacional y una reconexión con la dimensión cultural de todas las regiones de España. Hace falta reconciliar la idea de España con todas sus regiones y ofrecer a catalanes, vascos y gallegos una alternativa al falso nacionalismo que tienen allí, como ocurrió en Italia, donde el independentismo acabó cediendo terreno hasta ser residual ante problemas más urgentes, como la inmigración masiva. Si no se atiende el sentimiento legítimo de esas regiones, que están amenazadas con desaparecer si continúan los flujos hispanoamericanos y africanos masivos, la izquierda seguirá instrumentalizando a esta parte del electorado, como ha hecho hasta ahora.
Y fundamentalmente se necesita hablar de repatriaciones, porque la política migratoria en España ha sido un desastre. Frente al mal menor de los hispanistas, que usan la amenaza del islam para justificar nuestro reemplazo por hispanoamericanos, hace falta hablar de deportaciones, remigración y más remigración.
Otro tema de gran importancia sería abordar problemas que las generaciones mayores, que han dejado el país hecho unos zorros, rehúsan tocar: la forma de Estado, el sistema de pensiones y las leyes de extranjería. Personalmente me considero accidentalista: creo que las nuevas generaciones tienen que dejar atrás la nostalgia para poner sobre la mesa cuestiones que hoy parecen tabú, como la monarquía y el modelo de Estado.
Muchos que sólo buscan ganar las siguientes elecciones tacharán estas ideas de imposibles, pero son los mismos que luego se entusiasman con mapas panhispánicos y otras quijotadas. Cualquiera de las medidas que planteo es más probable y efectiva, según las encuestas, que las fantasías que los hispanchistas usan para distraer al personal. España no puede ser un país avanzado en Europa si las estructuras caducas, setentayochistas, que la sustentan, siguen haciendo creer a la gente que el país no les pertenece, sino que pertenece a hispanoamericanos, al rey, al papa, a grupos de presión extranjeros, etc. El hispanchismo pretende arrebatarnos el país apelando cínicamente al pasado, pero sólo acometiendo reformas que permitan a las nuevas generaciones sentirse parte de una empresa Española común puede haber reconciliación entre las llamadas dos Españas y desplazar la corrupción sistémica creada por el PSOE.
VIVA ESPAÑA